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CRÓNICA MONTERREY / REY MIDAS

CRÓNICA MONTERREY / REY MIDAS

Paco Tijerina

En tarde de clima agradable con algunas ráfagas de viento y ante poco más de media entrada, se lidiaron toros de Arroyo Zarco, bien presentados y de juego variado.

Enrique Ponce: ovación y dos orejas.
Octavio García “El Payo”: oreja y oreja.
Leo Valadez: división tras tres avisos y dos orejas.

Enrique Ponce fue atendido en la enfermería de un golpe propinado por una banderilla en el ojo izquierdo que le provocó un ligero derrame.


 

Cuando el ejecutante alcanza esos niveles de excelsitud y el término “maestro” empieza a parecer insuficiente, uno tiene que rendirse y aceptar que lo de Enrique Ponce ha dejado ya un plano de magisterio para convertirse en un auténtico “Rey Midas”, que todo lo que toca se convierte en oro.

Porque sin diferenciar si está en España o en México, si es la Feria de Sevilla o Monterrey, el de Chiva se entrega por igual, sin cortapisas, sin restricciones en un ejercicio personal que va más allá de la simple vocación o el cumplimiento de un compromiso, el diestro enfrenta tarde a tarde, toro a toro, un reto personal en el que no hay concesiones de ninguna especie y tiene que mejorarse a cada paso.

Hoy no fue la excepción, tenía que triunfar en Monterrey, se lo debía a su afición, pero sobre todo, se lo debía a él mismo.

Con el primero de su lote dio cátedra al mimarlo y empaparlo en la magia de su muleta, ayudándole a romper a bueno, consintiéndole, extrayendo lo mejor de su enemigo a cada instante, en un largo trasteo por ambas manos en el que con plasticidad y estética tapó las deficiencias del astado, alcanzando pases de gran calidad, sobre todo por la derecha. Al momento de tirarse a matar el estoque alcanzó una banderilla y provocó que el alfanje se desviara, cayendo el torero a la arena, pero después tras un pinchazo cobrar una estoada entera para ser premiado con una ovación en el tercio.

Espoleado por la oreja que consiguió El Payo en el segundo del festejo, Ponce salió decidido a armar un taco y lo logró al exprimir materialmente al toro de Arroyo Zarco que le correspondió en suerte.  Vistoso con la capa, estético, puro y sin mácula, lanceó como ordenan los cánones y con la muleta deletreó el toreo por ambas manos con una suavidad inaudita, recreándose en cada pase, paladeando y disfrutando, alternando las tandas con adornos y remates para crear un conjunto de enorme exposición. Mató de media en todo lo alto que hizo doblar al burel y teniendo como fondo el grito consagrador de “¡Torero, torero!” le fueron concedidas las dos orejas, mismas que paseó en una emotiva vuelta al ruedo.

Octavio García “El Payo” tuvo una actuación solvente esta tarde en Monterrey. Viejo conocido de la afición a la que enamoró desde sus inicios novilleriles cuando alcanzó sonados triunfos, el público acudió a verle con interés y el queretano se mantuvo fiel a su concepto del toreo serio y sin alardes innecesarios, dando a sus enemigos la lidia que requerían.

Los dos auriculares conseguidos hoy fueron producto de dos faenas interesantes pero, principalmente, de su eficiente manejo con la toledana con la que, hay que decirlo, tiene un “cañon”.

Con su primero supo sobreponerse a la falta de fuerza y logró interesantes pasajes por ambas manos. Su segundo fue uno de los buenos toros del encierro y por alguna causa “El Payo” insistió en torearlo corto, sin alargar los trazos, recortando el viaje y quedándose cerca entre pase y pase, cuando el astado le pedía distancia; con todo y ello hubo trazos de gran calidad.

Dos orejas, una en cada enemigo, como justo premio a dos trasteos de un torero que cumple con la expectativa y se justifica ante la afición.

Leo Valadez dejó ver que cuando se lo propone es capaz de alcanzar grandes cotas. Normal en esta etapa de su carrera, aún le falta definir y definirse en cuanto a estilos y espejos, ya que cuando no encuentra eco en el tendido tiende a imitar la escuela hidrocálida que busca el aplauso fácil con las zapopinas, sin darse cuenta de que cuando corre la mano de verdad tiene más réditos.

A su primero le enjaretó pases de gran calidad por ambos pitones, pero de pronto y cuando el cónclave empezaba a centrarse, el chaval cambiaba los procedimientos y dejaba el toreo en redondo y por bajo para ejecutar dosantinas, para luego volver a lo básico. El largo trasteo cobró factura y el enemigo se le hizo de hueso, tanto que escuchó los tres avisos, volviendo al callejón en una división de opiniones.

Mención aparte merece el deleznable detalle de la orden dada al puntillero Reyes Pérez por el juez de callejón, Pepe Lavín, de apuntillar al astado desde el callejón en una grotesca escena que fue reprobada por el público y el biombo, al percatarse del error, les lanzó un bocinazo para que dejaran de intentarlo, con tan buena suerte que el morito se echó para, ahora sí, apuntillarle con el respeto y dignidad que debe tratarse a un toro de lidia.

Si la orden es que un toro vuelva al corral así debe suceder, máxime que se encontraba justo frente a la puerta de toriles. El público no tiene culpa de que no se cuenta con una parada de mansos y no tiene por qué ver el patético espectáculo de ver a un hombre balancearse sobre su abdomen en la barrera para tratar de apuntillar a un toro… ni el público, ni la plaza, ni el toro, merecían ese trato indigno, pero como en Monterrey nunca pasa nada, el asunto quedó en eso: en nada.

Volviendo a Valadez, con el sexto la historia cambió y aunque de inicio apostó al toreo efectista postrándose de hinojos para ligar en redondo los muletazos, la acometividad y transmisión de otro buen pupilo de Arroyo Zarco le permitieron construir una faena que fue a más y que fue coronada con un estoconazo hasta las cintas que provocó que el respetable exigiese la concesión de trofeos, misma que el palco atendió al otorgar dos auriculares con los que dio la vuelta al redondel.

Al final los tres toreros salieron a hombros de los aficionados.