Paco Tijerina
Y después de mucho pensar sobre el por qué no tenemos figuras del toreo en México, llegas a algunas conclusiones, que aunque no son todas, pueden darnos un atisbo de los motivos que nos tienen en esta circunstancia.
No hay “culpables únicos”. Todos de cierta manera somos culpables del mal que padecemos; hay quienes señalan en lo particular a toreros, a ganaderos o empresarios, pero lo cierto es que los aficionados y la crónica taurina fuimos los impulsores de un movimiento que hoy tiene serias repercusiones.
Todo empieza cuando en España les da por agigantar al toro en ciertas plazas. Más kilos y más cabeza y dadas las condiciones de mercado los ganaderos, empresarios y toreros aceptaron el reto y desde entonces, en ciertas plazas (ojo con esto), el toro creció, pero creció de verdad, no sólo en el cartel anunciador.
Hay quienes consideran que la transmisión en directo de festejos desde la Madre Patria ha sido la causante de nuestras desgracias, sin embargo debemos aceptar que la globalización es un fenómeno que no podía nadie detener. Si no existiesen las transmisiones en directo, de todas formas internet, los medios digitales, la difusión de fotografías y videos y hasta el mismo fenómeno del “boca a boca” de quienes acuden a presenciar ferias españolas, habrían traído y propalado la noticia.
Todo eso provocó que en nuestro país se buscasen alternativas para “agrandar” al toro, pero siempre buscando la condición del “toro artista”, más adaptado a las necesidades de crear faenas, dejando de lado un aspecto esencial: la sensación de peligro.
Sí, más grandotes, pero más bobos.
Sin embargo la premisa no siempre se cumple, sobre todo cuando torean “figuras” que exigen encierros específicos de ganaderías escogidas con anticipación por sus veedores y así el “crecimiento” se da en muchos casos sólo en el tablón que anuncia el toro al que le aumentan kilos sin que realmente los tenga, de manera que más chicos y más bobos aún.
Y así, con la comparativa del toro español de las ferias importantes y algunas mentiras aquí, se gesta una corriente de opinión en la que, muchas veces aún sin verlos, los sabihondos califican a los bureles de “becerros” o “novillos”.
El verdadero “quid” está en la falta de sensación de peligro, en esa falta de transmisión que hoy por hoy tienen muchos toros en nuestro país, que sí “muy artistas” (las menos de las veces, seamos honestos), pero que son más nobles y buenos que una hermanita de la caridad.
Y sin peligro el mito se acaba, el héroe deja de existir, porque ya cualquiera se siente capaz de pegar un pase o bajarse a torear (claro, siempre en el terreno de una hablada producto de influjos etílicos o nomás por lucirse)… reitero, es la misma sangre y es el mismo tamaño de toro de antaño, pero a fuerza de machacar y repetir el cuento de “son novillos”, “son pequeños”, le fuimos restando TODOS importancia a la gesta del hombre en el ruedo.
Y así, bajamos a los toreros de su pedestal de héroes, los convertimos en simples obreros a los que ya no había más que admirarles. ¿Cómo convertirlos en figuras si todo cuanto torean es criticado?
Hoy se lidian en México astados con más kilos que nunca antes en la historia, ¿si son tan grandes por qué carecen de esa sensación de peligro? Por una pose en la que desde el tendido, en la peña o el café, pero principalmente en las redes sociales, “alguien” se siente con la autoridad moral de decir “este sí” o “este no”. Baste recordar el peso de los toros que dieron muerte a espadas españoles en fechas recientes, apenas sobrepasaban los 500 kilos, es decir, muy similares a lo que se torea en muchos cosos aztecas, incluso de segunda y tercera categoría.
Debemos aceptar que en el trayecto se han cometido excesos y verdaderos latrocinios de quienes nos han dado “gato por liebre” y buscando defendernos de ello es que hemos centrado la atención en el tamaño olvidando la calidad y, especialmente, el sentido del peligro, lo que termina por minimizar la labor del ejecutante en el ruedo.
No confundamos la exigencia con la intransigencia, señalemos con rigor lo negativo, pero también ensalcemos lo bueno; esa absurda postura de sentirse “mejores aficionados” por largar de todo y de todos, termina equivocando a las nuevas generaciones que confundidas tienen el deseo de aplaudir, pero terminan pitando por no ser catalogados como chuflas, creyendo que ese criterio es “saber de toros”.
Son muchos los factores que intervienen en esta compleja ecuación, sin embargo nunca podremos tener figuras si no volvemos a subirlos a ese pedestal pleno de admiración y respeto por quien se juega la vida; sin ello, será imposible.