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EL FUNDÓN / VERDAD

EL FUNDÓN / VERDAD

Paco Tijerina

Hace pocos días me contactó un joven aficionado, que recién se ha acercado a la Fiesta, buscando satisfacer algunas inquietudes naturales de quien no conoce e inicia su andadura.

Me dijo que tiene un par de años viendo toros. Que un día lo invitaron a un festejo unos amigos y al verlo se prendó de la magia de la Fiesta; añadió que tras la experiencia quiso aprender más, por lo que buscó en Internet, entró a leer y ver todo cuanto pudo, textos, fotos, videos… buscó libros e indagó dónde reunirse con otras personas que compartieran su afición. Así fue que llegó a mi y con el sano propósito de conocer más me contactó.

Recibo cotidianamente correos y mensajes de personas que buscan información, datos o que quieren saber algo de la Fiesta; intento responder lo que puedo y sé y cuando no está a mi alcance o lo desconozco igual contesto.

Luego de algunas preguntas el joven aficionado me soltó un concepto que me hizo pensar: “En esto corto tiempo que llevo de ver toros, me he vuelto seguidor de varias de las que llaman nuevas figuras; de ellos me asombra su valor y quietud, su arrojo y determinación. Sin embargo, hace poco descubrí a un torero que me despertó sensaciones y sentimientos distintos que no soy capaz de explicar, en él no hay alardes de valor y sin embargo su expresión artística me llena el alma, me refiero a Pablo Aguado”.

Mi rostro dibujó una sonrisa.

Le respondí: “En los toros, como para todo en la vida, hay para todos los gustos.

– “Pero si hace lo mismo que los demás, ¿por qué lo veo y sobre todo lo siento diferente?”, me inquirió.

“Como diría Vicente Fernández -le contesté- ‘es lo mismo, pero no es igual’, porque lidia los mismos toros, en las mismas plazas, se viste igual y usa los mismos avíos, pero el concepto de su toreo es otro”.

Y ya encarrerado ahondé: “¿Le has visto acaso pegar un péndulo o rematar faenas con manoletinas o bernadinas?… tal vez lo haya hecho, pero te puedo asegurar que aunque se trata del mismo pase, la estética, dimensión, hondura y profundidad, son diferentes al resto”.

Y de inmediato replicó: “¿Y en dónde está la diferencia?”

“Muy sencillo, en el concepto y la escuela”, le dije.

Y es que en un tiempo en el que estamos plagados de toreros hechos a base de “azos” e “inas”, cuando aparece otro que hace las cosas distintas, que se centra en lo fundamental del toreo en redondo por ambas manos, que tiene el don del temple y el regusto por la despaciosidad, todo, todo, parece distinto.

“En Aguado no hay pendulazos ni rodillazos, como tampoco hay espaldinas, nalgarinas, culerinas, manoletinas ni bernadinas, en él hay toreo verdad”, le dije.

El chaval remató la charla con una sentencia: “Pues de unos y otros, me quedó con el de la verdad”.