Por: Jorge Arturo Díaz Reyes.
Madrid 29 de mayo.- Bravo el toro. Salto a las siete y media, pidiendo guerra. Se arrancó de largo, a galope tendido contra el capote de Aguilar. Echó abajo la cara y repitió, y repitió, y repitió, seis, siete, ocho veces hasta el remate belmontino de la fogosa tanda con que lo saludó el pequeño valiente. Fogosos los dos.
“Me encanta este torero” murmuró Loperita. Pero el rey de la plaza era el toro. Pronto y desde los medios corrió al caballo de Carlos Sánchez, y al florido quite por nicanoras, farol y media de Alberto. Y a las dos chicuelinas, la revolera y la brionesa de Barrio. Y otra vez de muy largo al peto, empujando. Y todos, comenzando por el toro, queriendo la tercera vara. Todos, menos Don Justo Polo quien cambió el tercio a la carrera privándonos del brillante momento. La reprimenda fue a ley, ejemplarizante. Sin embargo no fue la única injusticia de Justo con el toro. Al final negaría la vuelta al ruedo pedida multitudinariamente, confirmando que no lo había entendido.
Pero sigamos con uno de los grandes recuerdos que me deja esta feria. Después de ser banderilleado en franca lid, tres veces persiguió “Camarito” a Rus y a “Tito” hasta las tablas, bajo un coro de aprobación y homenaje.
Luego se quiso comer la muleta en siete doblones bajos y una firma, encadenando los viajes con franca seriedad. Raza y temperamento. Prontitud, codicia, fijeza. Nada de bobería. Hocico en tierra. Peleando gallardo por su vida.
El anterior, el primero, se llamó “Bastonito”, error, fue este segundo el que mereció el glorioso nombre. Cuatreño, negro listón en castaño, chorreado, bragado y levemente cornivuelto. Llevaba el número 37 y pesó 560 kilos.
Tandas derechas varias, dos izquierdas y de nuevo por la diestra, y a todo iba crecido. La emoción auténtica que produce la bravura se adueñó de la plaza. Qué contraste con la moda.
La estocada, montándose cayó trasera y desprendida, pero mató de una. La faena fue digna, valerosa, vale, pero el toro lo fue más. Y el incomprensivo palco entretenido en agitar el pañuelo para que le amputaran una oreja al glorioso cadáver, ignoró la unánime petición de vuelta al ruedo para bravo. No hay derecho. Y vuelta el castigo pedagógico del pueblo. Desgraciadamente la letra con pitos no entra, pese a las buenas intenciones de los sopladores.
Como preámbulo de la semana torista, Baltasar Ibán, trajo casta con picante, todos fueron a los caballos, pese a que dos se rajaron y dos se pararon. Corrida diversa. Corrida compleja. Corrida para lidiarla, que hizo honor a su ancestro Contreras. Corrida para esos que llaman aficionados. Y sobre toda ella un toro para el recuerdo y quizás lo trofeos de la feria.