Por: Jorge Arturo Díaz Reyes.
Madrid 31 de mayo.- Cuando los muy aviesos saltillos se tomaron el ruedo de Las Ventas, intimidando las cuadrillas, correteando el peonaje, cubriendo el ruedo de capotes abandonados y sembrando el miedo. Surgió David Adalid en dos tercios de oro puro con el tercero y el sexto.
Don José Joaquín Moreno de Silva, trajo un encierro parejo en tipo y en el peor talante. Una mansada no pacífica, una mansada de marrajos, malgeniados, buscadores de vísceras, ansiosos de sangre. Quizá los únicos que brindaron algunas embestidas claras fueron el soso primero y el encastado segundo que fue tratado con excesiva precaución. Lo demás puso la tarde al filo de la navaja.
Mansos en todos los tercios, distraídos, huidores, negados a los caballos, esperadores, cuando no arreando y tirando gañafones al cielo y al bulto. Un compendio de las peores maneras. Al cuarto le pusieron banderillas negras, quizá en representación de todo el encierro, y el tercero se fue vivo porque literalmente no se dejó matar. Por momentos, emplazados en los medios, parecieron dueños del ruedo con cinco capotes alrededor contemplándolos impotentes desde tablas.
El primero de Venegas había formado un herradero en los dos primeros tercios. Cuando vio al magro David Adalid correr hacia él como un suicida, con los palos en las manos, arremetió a su encuentro con felina velocidad. La colisión que parecía inevitable se resolvió con un cuarteo escalofriante que dejó el par arriba, reunido y el toro desconcertado. La plaza explotó. Al fin se ganaba una. Pero más aun en el tercer turno, tanto o más vibrante. David no quiso saludar la escandalera hasta que su compañero Carlos Tirado que había estado muy digno salió a compartir los honores con él.
En el sexto, que tumbó a Martos, y esperaba como un cazador al que le pisara los terrenos, Adalid, a quien le correspondía lidiar, cambió turno y volvió a banderillear asumiendo todos los riesgos y ejecutando la suerte con veraz virtuosismo. Nueva ovación y nuevo saludo esta vez sin descubrirse. Honor a la torería de plata.
También brillaron en el segundo tercio, y en medio de tanta batahola, Raúl Ramírez y César del Puerto de las otras cuadrillas. La tarde tuvo reminiscencias de aquella tauromaquia que Lagartijo, decía fácil, “viene el toro, te quietas tu o te quita el toro”. Así fue, y además se aplaudió. Nadie pudo aburrirse, la tensión lo impedía.
Hay que recordar, sí, en esta hora dura para el ganadero que su encopetado hierro no llegado a esta feria por los antiguos blasones. Lo hizo por su estupenda presentación en el otoño pasado.