Por: Jorge Arturo Díaz Reyes.
Madrid, 2 de junio.- Parar, templar, mandar, cargar la suerte y ligar. Son los cánones del toreo. Pero primero parar. Ya lo dictó Pepe Hillo en 1796. Si no se para no se torea. Y eso precisamente fue lo que no se hizo en toda la tarde hoy en Las Ventas.
Que los toros. Bueno, por lo que sea, pero no se hizo. Un pase aquí, tres, cuatro pasitos reversos, a toda velocidad, y dele que dele con lo mismo del primero al sexto (el mejor). “Ratonear”, le decían a eso los viejos aficionados. Y sorprendente la tolerancia de público que no solo no sancionaba, sino que guardaba silencio cómplice las más de las veces, incluso aplaudiendo en otras y hasta sacando a saludar como hizo con Pinar en sus dos turnos, vaya usted a saber por qué.
Que los toros… ¡Queeé los toros! Los cuadris, tan esperados, tan acreditados, tan temidos, hoy no salieron a comerse a nadie. Serios de porte, sí, como es proverbial en la heredad de Don Celestino, pero poco agresivos, bajos de fiereza, y leales en sus tardas y modosas embestidas. ¿Cómo no pararles? No a ellos, a los propios pies de los lidiadores. ¿Qué querían? ¿Para qué es el toreo?
La corrida transcurrió con clima soso. Por momentos tedioso. Andábamos cabeceando algunos. Más que por la falta transmisión (emoción) de las embestidas (que las hubo francas y bastantes), por la falta de compromiso de la terna. Lo digo con respeto pero con convicción. El “pisa y corre”, el “la toco y me voy”, brillarán en el baseballl y en el futbol respectivamente, no en el toreo. En el toreo no solo hay que ponerse ahí, sino quedarse ahí. Si se quiere parar, templar, mandar, cargar la suerte y ligar. O sea torear, digo.
Que no vengan ahora con el cuento chino de que los toros se cargaron la tarde, que no ayudaron, que no se dejaron. Porque, primero, esa no es la función del toro en la corrida: colaborar con su propia burla y muerte. Y segundo, porque ni siquiera se intentó el primer tiempo del toreo el detener las plantas hasta vaciar la suerte y mantener el terreno hasta rematar la tanda. Sobre eso se construyen las faenas, y de eso nada. Pero nada. Y si no se comienza por el principió no se puede llegar a buen fin. Cuando más, a pegar pases y pases y pases. Que fue lo que se hizo a discreción.
Además no se mató bien. Pinchazos, algunos de comisaría. Estocadas descolocadas. Descabellos a granel, y avisos varios. Para no hablar de las puyas y las banderillas. Mejor dicho tanto el toreo como la suerte suprema anduvieron hoy por el suelo, y no precisamente por culpa de la divisa, cuya única culpa fue asustar con sus colores y su épico historial.
Bellos, típicos, cuadris el quinto de 627 kilos y el sexto de 584. Qué pesar. Cómo para forjar una leyenda en la primera plaza del mundo. Pero así, ¿cómo?
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