Por: Paco Tijerina
Preguntar, inquirir, hurgar, buscar, es la vocación del periodista.
Cuestionar, a todos, por todo, cada vez que surja la duda, en cada ocasión en la que exista la posibilidad de encontrar una noticia o plantear un hecho que pueda mejorar las cosas.
Y así, hurgando y buscando, terminas un día por cuestionarte a ti mismo.
Es cierto, es misión del periodismo el contribuir al mejoramiento de su entorno y la mayor parte de las veces lo hace a través de la denuncia de las cosas que considera son susceptibles de resolver o están francamente mal.
Pero insisto, me cuestiono, ¿quién soy yo para quejarme de que la autoridad en una plaza está pintada y no actúa contra un músico que le mienta la madre al público en seis ocasiones? ¿qué gano con exhibir y reseñar las carencias físicas y técnicas de unas cuadrillas a las que he aplaudido y reseñado sus mejores tardes y que en una ocasión no tuvieron su mejor noche? ¿Cambiarán las cosas cuando denuncio que un astado me parece impropio de lidiarse por su apariencia?
Nací, crecí, disfruté y me enamoré hasta la médula de otra fiesta muy distinta, plena de valores y convicciones, de gallardía y entrega, de pasión y argumentos.
Empiezo a sentir en la boca un sabor amargo que no me gusta, porque recuerdo a la perfección el dulce de aquella fiesta, la de antaño.
¿Qué quién la mató? ¡Fuentovejuna! Nos la cargamos todos y a pesar de que es tan grande que se puede rescatar el principal problema de nuestro tiempo se llama actitud, porque la mayoría ni quiere cambiar.
Lo más sencillo sería dejar pasar las cosas, hacerte tarugo y no decir nada, cumplir, simplemente cumplir, hacer reseñas más que crónicas y no opinar y no decir lo que sientes y lo que te frustra y escribir, hoja por hoja, la historia de un entierro.
¡No, me niego!
Prefiero quedarme en el recuerdo, ver los toros por la televisión, enterarme por ahí de lo que sucede, publicar mis Rostros y seguir hurgando en el pasado, porque no veo claro el presente y mucho menos el futuro.
Es mucha mi afición y porque es tanta prefiero conservarla intacta e íntegra, resguardarla en un capelo y acudir a ella cuando el amor por Fiesta me llame.
Por eso mejor “apaga y vámonos”.