Por Antonio Rivera
El pasado fin de semana se llevó a cabo la feria taurina en Hopelchén, población importante del estado de Campeche. Se extrañó el escenario anterior, una hermosa y robusta plaza de toros artesanal, que se construía en tres niveles y con una simetría arquitectónica que asombraba. Es una pena que estas plazas de toros armadas con madera, cuerdas de henequén y palmas de guano, con aromas de cultura y tradición regional, vayan declinando ante las plazas portátiles, funcionales sí, pero frías y feas por donde se mire, ajenas al espíritu de la necesaria defensa integral de las tradiciones taurinas.
En lo taurino, también observamos un gran cambio en ésta edición: hubo toros. A diferencia de los capítulos anteriores, el público salió satisfecho y agradecido con el comité de palqueros que se preocupó por revertir el enojo anual provocado al ver salir al ruedo novillos para un cartel de Matadores de Toros.
Los toros de éste fin de semana no fueron una perita en dulce, a excepción de un buen ejemplar de «San Salvador», bravo y con recorrido, que no obsequiaba nada y exigía firmeza, lidiado el domingo por Uriel Moreno «El Zapata». Expresivo con el capote, emotivo en banderillas y firme con la muleta, obsequió a la asistencia una faena sobre el pitón derecho, compuesta por cinco o seis series de muletazos templados, varios muy profundos, ligados y bien rematados. De haber estado fino con la tizona, «El Zapata» hubiera paseado las dos orejas del muy bien armado toro cárdeno de San Salvador.
De «San Rafael» fue su segundo toro. Muy complicado, fue bravo en varas pero tuvo un andar cansino e incierto en el último tercio. Con voluntad de agradar al público y seguidores leales, «El Zapata» hizo gala de su profesionalismo honesto y sólido, improvisando una faena propia de las condiciones del astado. Ante la petición le cortó una oreja, llevándose a casa un triunfo legítimo con dos faenas distintas.
De vuelta a la cotidianeidad, leo las reseñas que registran, casi como salidas de una sola fuente, que el encierro estuvo “Muy bien presentado pero ilidiables”, en otra leo “Muy bien presentados pero muy complicados”. Ante la encrucijada de dar crédito a la versión o al dogma escuchado desde niño de que “todos los toros tienen lidia”, recurro a lo sucedido y me quedo con el antiguo dogma. No debe ser sencillo improvisar una lidia para cada toro, así de complicados como los de Hopelchén, como lo hizo «El Zapata». Pero hay algo más: ¿con qué intención se intenta borrar de la tarde la magnífica condición del toro de «San Salvador»? ¿Cuál es el origen del oscuro interés de desprestigiar a dos ganaderías peninsulares que día a día luchan contra un millón de inconvenientes, para mantenerse en pié y participar en las ferias de su tierra?
Nadie duda que de ocho toros, siete fueron complicados para la lidia, unos más que otros. Llamadas telefónicas van, mensajes vienen, comentando el tema. Algunos de muy mala leche poniendo en duda el prestigio personal de los criadores de los toros complicados, lo cual solo puede ser producto de un mercantilismo creciente y una ética taurina menguante. Porque basta revisar el escenario actual para suponer que la fiesta brava de Yucatán y Campeche está en la mira de muchos taurinos lo mismo que de muchos mercenarios, unos por defender lo que consideran suyo y otros por ganar un espacio en las ferias regionales.
Porque hay que ver el grado de actividad taurina que existe casi todo el año “por estos pinches pueblos de Dios” (palabras textuales de un subalterno al saludar a una persona, éste domingo en Hopelchén) para poder medio entenderlo: las ferias de Hopelchén y Pomuch se celebran al mismo tiempo, con cuatro corridas en conjunto, a las que acude la gente de esas poblaciones y de la región, registrándose casi siempre lleno en los tendidos. Solo dos ejemplos de incontables ferias, de mayor o menor importancia, pero con la gente de los pueblos en los tendidos; el pueblo, quien es el verdadero dueño de su fiesta y que muestra lealtad sin límites al retratarse año tras año en la taquilla de su feria, a pesar de tanto palo y engañifas, sin rencor pero sin olvido. Y ahí existe un filón para los que hacen empresa como intermediarios en la modalidad peninsular, que les permite venderle a los “palqueros” el paquete completo de toreros, toros (novillos casi siempre, con honrosas excepciones), plaza portátil, etcétera, y en cada concepto hay una utilidad que puede ser muy legítima si se cumple lo ofrecido, pero ilegítima si en vez de liebre, se da un gato.
Ante el panorama, surge el “sospechosismo”. ¿No será que el propósito de desprestigiar a las ganaderías de la región, borrando de todas las reseñas a un estupendo toro de don Luis Conde y poniendo en duda la reconocida honradez de don César Cervera, por una mala tarde que la tienen toreros y ganaderías, una sí y dos no, obedezca a razones comerciales? Quizá no, pero mire usted: este año, el comité de palqueros de la feria de Hopelchén, cansado de recibir saludos anuales a la jefa de la casa natal por tanto engaño, se dio a la tarea de contratar el paquete pero sin toros, para comprarlos ellos mismos en la región, constatando en primera persona que fueran toros. Así lo hicieron y al ruedo salieron ocho toros, y la gente de plácemes, porque los ocho empujaron a los petos con mucha fuerza, y porque no rodaban por la arena, a pesar de que a varios de los astados les dieron a llenar. A trancas y barrancas, los palqueros consiguieron su cometido: llevaron toros a su feria Y ese ejemplo puede multiplicarse en la región, lo cual supone una peligrosa papeleta doble para los intermediarios, quienes, además de no poder sacar sus encierros comprados previamente “por allá” y dejar ir una utilidad, tendrían ahora la presión por parte de algunos toreros del paquete, inconformes con lidiar los toros de la región, esos tan complicados para el lucimiento, que no para la lidia.
¿Toros complicados? Sí, claro. Y uno que otro complicadísimo. Ante eso, los ganaderos tienen la perpetua tarea de revisar sus notas, ser más estrictos en la selección de líneas, dar mil vueltas a sus potreros, cuestionar a todos sus sementales y afianzar su propio concepto y propósito de la crianza del toro bravo.
Pero la fiesta brava en el interior peninsular está viva y se mueve. Ante eso, los palqueros no deberán desfallecer en su propósito de dar una fiesta a la altura de la lealtad de la afición, protegiendo las tradiciones y costumbres de sus ciudades y pueblos, que es la mejor aportación a la defensa de los toros.