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CRÓNICA CADEREYTA (Méx) / SILENCIO… TOREA PONCE

CRÓNICA CADEREYTA (Méx) / SILENCIO… TOREA PONCE

Paco Tijerina

En tarde de clima agradable y ante casi un lleno, se lidiaron cinco toros de Carranco (uno devuelto al despitorrarse), tres buenos y uno (2°) manso; y dos de “La Playa” (5° y 6°), buenos los dos.

Enrique Ponce: oreja y oreja.
Juan Antonio Adame: palmas y oreja.
Fermín Rivera: oreja y oreja.

El picador Eduardo Reyna Rivera fue ovacionado por un soberbio puyazo en el 6° y en el mismo toro se desmonteró Felipe Kingston.

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Enrique Ponce logró este sábado en Cadereyta lo que en siglo y medio que tiene de existencia el coso, nunca nadie había conseguido: el silencio absoluto de las más de dos mil almas que estaban en sus tendidos para disfrutar de su toreo.

Y lo hizo en dos ocasiones, en sus dos faenas, la segunda que intentó ser acompañada de la Banda de Música Juvenil, pero con cortesía el valenciano solicitó detener los primeros compases de “En er mundo”, que empezaban a sonar para ejecutar un concierto con “La música callada del toreo”, aquella del maestro José Bergamín.

Y ese silencio sólo era roto por los olés que brotaban de las gargantas de los aficionados que, como hipnotizados seguían la cátedra del maestro de Chiva.

A su primer enemigo lo consintió, le enseñó el camino, le insistió para realizar un larguísimo trasteo dejando en claro que todos los toros tienen una faena, pero es que Ponce se inventó tres en un solo trasteo. Como si se tratase de un chaval sediento de un pitón, Enrique exprimió al de Carranco; otro cualquiera con una parte de su labor se hubiese ido por la espada, pero él no y así, sin prisas, fue extrayendo pases de enorme ejecución. Pinchó en el primer viaje y logró un estupendo estoconazo en el segundo para recibir un apéndice.

Y con su segundo repitió la dosis, con una faena de menor duración pero de la misma intensidad. Ponce le puede a todos los toros y le saca pases a una mesa. Brujo, mago, Midas, es un genio del toreo que, además, se deleita con su profesión por igual en las grandes plazas y en los pequeños poblados, lo suyo es una entrega absoluta, sin cortapisas, al toreo, al público, a su propio concepto, a todo. ¿De qué vale reseñar derechazos y naturales, sus personalísimas “chivanas” o los pases de pecho más largos de la historia si no se es capaz de establecer medidas? Todo es simplemente perfecto. Y de nuevo la espada, un pinchazo y otra estocada, esta desprendida, pero que le valió por igual un auricular.

Tras la vuelta al ruedo y con un Enrique Ponce emocionado en el centro del albero, el público que antes guardó silencio estalló en una catarsis colectiva con una sola voz: “¡Torero, torero!”.

El regiomontano Juan Antonio Adame tuvo la cara y cruz en el lote que le tocó lidiar. Su primero, de Carranco, fue el malo del encierro, manso y rajado, no dio opción alguna de lucimiento. Pero el desquite vino con el quinto de la tarde, un astado de La Playa que tuvo recorrido, son y transmisión y al que Adame, como lo hizo en su anterior actuación en Monterrey, lo toreó por nota, corriendo la mano en larguísimos trazos que le fueron jaleados con muchísima fuerza en un trasteo que no pudo tener extensión porque el burel, al sentirse podido, buscó el cobijo de las tablas. La espada le jugó una mala pasada a Adame en su primer viaje, pero al segundo viaje sepultó la toledana entera echando patas arriba a su enemigo para recibir una oreja.

Fermín Rivera cortó una oreja en cada turno más producto de su eficiente manejo de los aceros que por las faenas desplegadas. A su primero, procedente de Carranco, que tenía profundidad y que exigía darle distancia, así como salir a su encuentro al final de cada muletazo, se empeñó en quedarse en la línea y torearlo “de uno en uno”, por lo que careció de ligazón y el público no acabó de romper.

El cierraplaza, de La Playa, dio un gran espectáculo en varas al acometer de largo al caballo de Lalo Rivera quien, como los buenos, aguantó la reunión cuajando un soberbio puyazo. Con las banderillas Felipe Kingston se lució en un gran par al cuarteo y fue ovacionado.

Con la sarga, Fermín estuvo digno ante un burel que en un inicio iba largo, pero que pronto se apagó, desentendiéndose de su lidiador. Mató otra vez de estocada al primer viaje y recibió un apéndice que tuvo, seamos claros, una escasa petición.

Al final Ponce y Rivera salieron a hombros.