Por: Jorge Arturo Díaz Reyes.
Madrid 27 de mayo.- Otro lleno fallido. Parece una fatalidad. Esta vez la falta de fiereza, fuerza y facha de los pilaricos, más un sobrero sexto bis de Salvador que les hizo coro, todos Domecq, conjugada con la incapacidad manifiesta de la terna para practicar el viejo dogma “todo toro tiene su lidia”, se llevó de calle las ilusiones, el taquillazo y la tarde. La esplendorosa tarde. La soleada tarde, en que bajo un cielo azul purísima la plaza rebosaba y afuera los reventas cantaban victoria. ¡Qué pesar!
Los concurrentes habían llenado hasta las banderas, al conjuro de la proeza de Mora el martes. Pero eso no es de todos los días. Eso fue irrepetible. Quizá vinieron menos por ver a Simón y Al Fandi “Mejor banderillero del mundo”. Pero por ahí empezó la cosa. Por los banderillas. Con el primer toro.
Los empuñó el granadino para un tercio vistoso como siempre que descrestó a muchos, pero aliviado como pocas veces, disgustando a esa minoría insoportable que casi siempre tienen la razón. Los dos últimos pares fueron a toro pasado… y bien pasado. El segundo, a relance de un giro sobre sí mismo. Las crédulas palmas chocaron con el incrédulo Ta-ta-tá.
Para colmo de penas, en el segundo toro banderilleó el subalterno de Mora, Don Ángel Otero, gloría y prez de la torería plateada. Para qué fue eso. Dos al cuarteo, cumplidos, veraces, emocionantes, por la cara, encunado, tomando todos los riesgos, y yéndose muy orondo. El primero, detonó una ovación de órdago y el segundo puso la plaza bocabajo saludándola montera en mano. En la mitad, José María Tejero tampoco estuvo mal, hay que decirlo. El contraste resultó insoslayable, desafiante, insultante. Hemingway recordaba que Belmonte (gatoso), quien no banderilleaba, para zaherir a sus ínclitos rivales Gaona y Joselito históricos rehileteros, contrató a Manuel García “Maera” casi tan bueno como ellos. Bueno. Pero ahí no paró la cosa.
Con el tercero Domingo Siro y Jesús Arruga, de las filas de López Simón, como sin querer queriendo, se suman a la cosa y bordan otro magistral tercio. Sin saludo, ahora, pero no eran necesario la plaza entera bramaba de gusto, emoción y convicción. El segundo tercio, el despreciado segundo tercio reivindicado como en los tiempos dorados del toreo, cuando no se podía ser figura sin dominarlo
A la altura de el cuarto, El Fandi estaba seriamente comprometido, y no por sus alternantes, sino por los ayudantes de estos. Hágame el favor. Picado, desechó sus consabidos preámbulos, adornos y galleos. Dejó de lado todo lo superfluo, y en banderillero puro se lanzó tres veces a la cuna del asifino “Portador”, 598 kilos, para colocar vibrantemente, tres pares reunidos, veraces, adustos, ganando el reconocimiento general. Quizá los que no lo quieren que sabemos donde anidan, ellos no se tapan jamás, no aplaudieron, pero al menos callaron. Había sido un gesto viril, torero.
Eso fue todo. Si quitamos dos tandas derechas, de a tres, con que López Simón acompañó los únicos viajes francos y galopados que regaló el tercero, no hubo nada más de relieve. La tarde se salvó por los palos, y pare de contar.