Paco Tijerina
Entre soldados, marinos y miembros de cuerpos de seguridad hay una norma irrenunciable: “Nunca dejes a un compañero atrás”. Dicho es otras palabras: todos somos responsables por todos.
Visto que en este mundo matraca “el más pelón se hace trenzas” y “el más chimuelo masca fierro”, todos presumen tener la solución a la grave crisis por la que atraviesa la Fiesta Brava, especialmente en México.
Unos dicen, repiten, reiteran y se emperran en afirmar que “los toreros tienen que ir a España a formarse, a adquirir escuela y oficio”. Pena me dan, ¿cuántos hay que fueron a la escuela, se hicieron allá, volvieron y están parados?, pero además, ¿ocuparon eso nuestras más grandes figuras de todos los tiempos?
Otros insisten en buscar al Mesías en las novilladas. Es cierto que cada vez son menos las plazas en donde se dan, pero seamos honestos, apenas aparece un muchacho con posibilidades, lo agarra uno de los corporativos, le da unas cuantas y lo quiere hacer matador de toros… después una o dos campañas a todo tren y a desecharlo, como si fuera un “kleenex”.
Lo he dicho antes, la solución tampoco está en el toro grande y dejar de lidiar ciertas ganaderías. Es verdad que hay que devolverle a los bureles esa sensación de peligro, pero el asunto no es de tamaños o de astas, sino de bravura y de compromiso de los ganaderos por, primero, respetar su nombre y su estirpe, por enviar a la plaza verdaderos productos y no simplemente dedicarse a producir “en línea”, sin mantener estrictos y rigurosos controles de calidad.
“Nunca dejes a un compañero atrás”.
La frase me taladra el cerebro recriminando lo que a uno le corresponde, pero también acusando a buena parte del conglomerado, aficionados incluidos, de “dejar atrás” a decenas de buenos toreros que se han ido perdiendo en el olvido.
Para ellos no ha habido paciencia. Inversión de corto plazo, funcionas o te vas. En su caso no ha sido aceptable el estar decoroso o digno cuando le san puesto con las figuras, tienen que arrasar tarde a tarde y si no es así los botan, sin entender que el torero es un artista al que por igual afectan los estados de ánimo, los físicos o los problemas.
Las empresas y apoderados así no se dan cuenta de que terminan perdiendo, porque invierten “a lo tarugo”, buscando un rendimiento inexistente que ninguna inversión les puede dar. El toreo como arte y el hombre como artista, requieren de tiempo, maduración, introspección y muchos tropiezos alternados con triunfos para entender y diferenciar la gloria del infierno, de tal suerte que su oficio se perfeccione.
Torear no es mecánico ni una ciencia exacta. Hablamos de un ejercicio único que no tiene antecedente ni tampoco tendrá una repetición; habrá situaciones similares, pero nunca iguales, de manera que no puedes remitirte a un solo ejemplo, sino a muchos.
Cómplices de todo esto, en buena medida, hemos sido los medios de comunicación, los periodistas y aficionados, que hemos permitido que nos cambien las barajitas sin protestar, sin exigir ver los que nos resultan interesantes, sin poner un freno a los intereses personales y empresariales de los encargados de empresas y quienes confeccionan los carteles.
Así, muchos han sido los que ha tenido una fugaz oportunidad, que pudieron ser figuras y se quedaron en el camino.
Entendamos, ya no son los tiempos de Manolo y Eloy que con unas cuantas novilladas se podía forjar una figura. Hoy se ocupa mucho más, porque las nuevas estrellas del firmamento, con todo y que son conocidos y reconocidos por los taurinos, lamentablemente no son apreciados y seguidos por la masa, la que llena las plazas, y ahí también tenemos mucho por hacer.
Le pido hagamos juntos un ejercicio de memoria y de verdad y comentemos nombres de buenos toreros que hemos ido, y que las empresas han ido, dejando atrás, sin atender a la vieja máxima del honor de: ““Nunca dejes a un compañero atrás”.