Paco Tijerina
Me preguntan que si estoy amargado de, con y por la Fiesta Brava de nuestro tiempo.
La respuesta rotunda, firme y plena de convicción es: ¡No!
Jamás podré estar amargado con y de la tauromaquia. No puedo, no debo, hablar mal de algo que me ha dado tantas y tantas satisfacciones, alegrías y momentos de una intensidad incomparable; no soy capaz de pensar de manera negativa sobre un espectáculo que llevo en la sangre desde niño y que me ha acompañado por toda la vida.
Estoy, lo digo con orgullo, enamorado de la Fiesta, de su color, viveza, intensidad, de la emoción que despierta, de su belleza y rituales, de sus tradiciones. He tenido la dicha de vivirla desde distintas facetas y todas han sido, lo digo con humildad, una escuela, una enseñanza, apasionante, única, enriquecedora.
A mi la Fiesta me ha dado muchas cosas: conocer personas, plazas, ciudades, ganaderías, tratar con figuras del toreo, encumbrados ganaderos, importantes empresarios, con enormes subalternos, monosabios, taquilleros y personal administrativo; ahí he encontrado un puñado de amigos repartidos alrededor del mundo a quienes les aprecio y quiero, con quienes comparto mi afición y pasión por los toros.
No, no estoy amargado.
Estoy desilusionado, sí y cuando se carece de ilusión es difícil avanzar.
Estoy asqueado del sistema, de las formas, de las imposiciones, de la golfería y el taurineo, del ventajismo, la mediocridad y la simulación, me he cansado de la improvisación y que todo el mundo deba guardar silencio para no enfadar a aquellos que, vaya usted a saber por qué motivos, son los que hoy “reparten el bacalao”.
Me causa repulsión el enterarme del “intermediarismo” de algunos que sin ver por la Fiesta, elevan los precios para embolsarse comisiones por nada de honorarios de toreros y precios de toros, además de imponer alternantes. ¿Es que acaso no se dan cuenta de que su pírrica ganancia de hoy es la muerte de la Fiesta en el futuro?
Me revienta ver que toreros en plenitud sigan relegados, que hoy los que aparecen en los carteles no son los mejores, sino los que están “colocados” en el gusto de unos cuantos y que “esos cuantos” no le entiendan al negocio porque no han sido capaces de sacar una sola figura mexicana en muchos años.
Repito, reitero y subrayo, no estoy amargado, pero tampoco puedo quedarme callado.
Yo me enamoré de otra Fiesta, de aquella que despertaba pasiones, que hacía entradones, en la que un sistema de sana competencia promovía el crecimiento y desarrollo de figuras, en la que triunfar tenía un significado y un premio, en la que la fuerza radicaba en los resultados y no en que alguien con dinero te apoyara.
No comparto, perdón si alguien se ofende, la visión simplista de quienes aseguran que la única manera de apoyar a la Fiesta es asistiendo a las plazas. ¿Por qué o para qué asistir si lo que ahí sucede no es más ya que un remedo de lo que antes fue? ¿Es que no entienden el mensaje de los públicos que han dejado de retratarse en la taquilla?
Nunca nadie, haga lo que haga, podrá quitarme mi afición y amor por la Fiesta, pero no quiero ser copartícipe de su entierro.
Prefiero quedarme con mis recuerdos, con mis fotos, mis libros, mis videos, rememorando historias, recordando personajes y lugares, rescatando archivos con la única intención de que los nuevos aficionados se enteren de que hubo antes “otra Fiesta”, llena de luz, color y pasión, llena de arte y emoción.
No, no estoy amargado, estoy desilusionado que es distinto, tengo asco y mal sabor de boca por lo que veo, por lo que me entero, por lo que sucede y me pregunto en qué momento permitimos que todo esto ocurriese, cuándo fue que nos equivocamos y dejamos que estos impresentables se apoderasen de la Fiesta.
Me pregunto cómo, teniendo a su disposición todo el dinero del mundo, no son capaces de hacer algo digno y profundizando trato de hurgar para saber qué es lo que en realidad pretenden.
Me revienta una Fiesta manejada por cuatro o cinco nombres, no más, y ni siquiera los del dinero, porque los que manipulan todo están debajo, a la sombra, escondidos; ¿el resto? El resto son comparsas, actores secundarios de la trama a los que utilizan como piezas de un tablero y que son tan útiles como un pañuelo desechable, así tengan millones de pesos.
No, no estoy amargado, estoy desilusionado, que es muy distinto.