Hoy, 29 de junio de 2016, se cumple el primer centenario del natalicio de un persona inolvidable, único, irrepetible: Jesús «El Ciego» Muñoz.
Fuente de inspiración de Luis Spota en su libro “Más cornadas da el hambre” , de Jorge López Antúnez en su libro “El Zopilote Mojado” y recientemente de “El Bardo de la Taurina” en su libro “Centro Histórico…Charlas Inéditas de ayer y hoy», al famoso «Ciego» nunca le terminaron, ni le terminarán, de reconocer su aporte en beneficio de la Fiesta Brava en México.
Creador de la primera agencia de información taurina en México, a fuerza de porfiar y aguantar, como los buenos toreros, «El Ciego» le daba vuelo a los triunfos de matadores y novilleros en provincia y hacía que el país entero estuviese al tanto de lo que acontecía en todos los cosos.
Porfiar y aguantar, porque los medios rara vez le pagaban por la información, de manera que tenían que ser los toreros, apoderados, ganaderos o empresarios los que palmaran la famosa «luz» y esa muchas veces brillaba por su ausencia y venían los corajes de Chucho y el «ándale manito, en estos días te lo pago, échame la mano» y aquel hombre tan recio y de tan fuerte carácter, terminaba doblando siempre y apoyando a los toreros.
Con una y mil anécdotas, «El Ciego» era todo un personaje.
En alguna ocasión coincidimos en un pueblo de Coahuila en una corrida de toros en los tiempos en que apoderaba a Raquel Martínez. Al lancear a su primer enemigo éste le echó mano a la torera y antes de que nadie pudiese reaccionar «El Ciego» ya había saltado al ruedo para hacer el quite y auxiliar a su torera… ¡vaya apoderado!
Años antes un día le llamé por teléfono y al responder le dije: «Mi Chucho, a que no sabes quién habla» y de inmediato reviró: «No sé, pero me debes… mi luz cabrón», y efectivamente le debía.
Ayudó a todo aquel que se le acercó, ya promoviéndolo, ya dándole de comer o albergue; «El Ciego» pedía favores pero no para él, siempre para otros.
A cien años de su natalicio y 15 de su partida que se cumplirán este próximo 2 de agosto, le recordamos con cariño, afecto y una enorme admiración por su afición, su visión y su don de gentes.
Mi «Ciego», un abrazo hasta donde estés, con la promesa de que algún día te alcanzaremos para darte tu luz.