Paco Tijerina
Si el “huachicoleo” es el mal que afecta a la Nación haciéndole perder miles de millones de pesos, en la Fiesta brava también tenemos en México a nuestros “taurinos huachicoleros” que se dedican sistemáticamente a arruinar la tauromaquia con sus mentiras e intereses.
Para que quienes nos leen en otras latitudes comprendan, en México se denomina “huachicoleo” a la actividad delictiva en la que grupos de personas perforan ductos que trasladan gasolina de refinerías a puntos de distribución y ahí de manera ilegal se hacen de combustible, pero sin condiciones de limpieza o seguridad, es por tanto gasolina contaminada o sucia que venden a bajo precio.
Existe una seria diferencia entre los “huachicoleros” tradicionales y los “huachicoleros taurinos”. Los primeros dan el producto más barato porque sólo les cuesta el perforar un pozo y rellenar sus bidones; los segundos, en cambio, no hacen esfuerzo alguno y todo lo encarecen. A final de cuentas ambos son lacras que hacen un enorme daño.
A raíz del combate emprendido por el Gobierno de la República contra el huachicoleo, se han dado una cantidad impresionante de explicaciones de la forma en cómo operan y quiénes están detrás de este delito; es impresionante enterarte de las complejas redes de corrupción que en ella intervienen.
En cambio, en el ambiente taurino mexicano el asunto no es tan complicado. Los huachileros de la Fiesta son tan pocos que sobran dedos de una mano para contarlos, pero su labor de zapa tiene años causando un enorme perjuicio al espectáculo, a la tradición y a los aficionados.
Y es que a ciencia y paciencia de quienes han depositado su confianza en ellos, sin pudor ni recato no les importa reportarles a sus patrones resultados negativos de sus actividades, ya que para ellos primero está el beneficio personal, de tal suerte que se buscan y encuentran una y mil maneras de perforar cuanto pueden para conseguir su propósito y así quitan y ponen toreros, imponen ganaderías (previa comisión, claro está), elevan a disminuyen honorarios de matadores y terminan haciendo lo que les viene en gana.
Se disfrazan de “señores” y grandes ejecutivos, aunque en el fondo actúan exactamente igual que cualquier de un poblado humilde que, sin recursos, busca una manera de llevarse un peso a la bolsa para subsistir. Los primeros tal vez tengan perdón porque lo hacen por supervivencia, pero los del ámbito taurino no, porque perciben jugosos salarios y encima se llevan carretadas de dinero, al tiempo que cual Dioses determinan desde el Olimpo el destino y vidas de otros seres humanos.
Resulta grave que sus jefes se los permitan, porque hasta donde sabemos son personas con un profundo amor por la Fiesta que durante largos años han dedicado infinidad de recursos económicos para apoyarla, amén de que son exitosos hombres de empresa a los que no sería fácil el verles la cara de tontos. ¿Cómo lo logran?
Más preocupante es el enorme daño que le causan a la Fiesta Brava en México, porque con sus caprichos e intereses ahuyentan a los aficionados de los tendidos y el esfuerzo por sanar los males costará un enorme esfuerzo económico y de creatividad.
Al final son iguales, venden producto chafa, contaminado, los de la gasolina más barato, los taurinos mil veces más caro.