El poderío sustentado en la inteligencia en la lidia de reses bravas tiene un nombre: Mariano Ramos.
Lo de «El torero charro de La Viga» era especial. No era el valor, porque lo tenía y de sobra, era una intuición natural a la que se añadía una enorme capacidad de comprender la lidia que requería cada astado y, lo más interesante, que todo lo hacía con una facilidad que daba la impresión de que no le costaba trabajo.
Un monstruo del toreo mexicano tal vez incomprendido, porque formó parte importante de una baraja de máximas figuras, pero siempre se le quedó a deber.
Hasta donde está, nuestro reconocimiento por su enorme aporte.